jueves, 30 de septiembre de 2010


Paseas por la calle, pasas cerca de ese reloj, el cual recuerdas allí desde siempre, tan enorme y ruidoso cuando suena, en lo más alto de la iglesia, resuenan sus campanas, sus agujas marcan las 12 y lo ves. Ahí está, él, tan impecable como siempre, frío, distante, es él. El corazón se te para y pierdes el sentido, no tienes poder sobre tu propio cuerpo, entre tus pensamientos puedes ver como se acerca, y notas que el corazón se acelera, te mira y agachas la mirada, tan distraida, piensas que no puede comprender como te sientes, y, entonces, pronuncia tu nombre y te quedas paralizada, como si él tuviera una especie de poder sobre ti y, entonces, lo consigues, lo miras y sonries amablemente, no sé, tal vez sea un buen comienzo.

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